Yegros, Francisco, "La guerra y la paz con los wichí y los pilagá". 2009 : Com Indig Mistolar (Boquerón, Paraguay)

 Interview: id 40410
Interviewee(s)
Interviewer(s)
Language spoken
Nivaclé
Date of interview
2009
Unique public identifier
nivacleFY2009b
Orígen del documento
Subject description
La guerra y la paz con los wichí y los pilagá
Transcription
Mi abuelo se llamaba Sâ’ânajh. Él murió en Campo Ampú, de esa zona eran mis abuelos. El lugar se llamaba Fisishiy. Ese lugar tenía poca agua, pero había mucho campo y podían usar sus caballos para cazar venados. Mi padre contaba cómo usaban los caballos para cazar animales en ese campo. Aquí [Mistolar] en cambio era un bañado y los tinoi [wichí] mezquinaban el bañado.
Un día mataron a un nivaclé y se enojó la gente. Nuestra gente se enojó y avisó a las otras aldeas que habían matado a un nivaclé. Hicieron su yiftsutan [fiesta] y se prepararon para ir donde los tinoi. Cada uno tenía su canto, su poder. Había uno que tenía el poder del zorro. Esas personas con poderes conversaban en la noche. Planificaban: “Yo llevaré un grupo y usted llevaré otro. Usted me contestará como un pájaro”, decían. Así lo hicieron. LLegando a la aldea de los tinoi, aquel gritó como un zorro y el otro contestó como un pájaro. No atropellaron de noche, esperaron el amanecer. En la mañanita salió una mujer tinoiche [fem. wichí]. Ella vio a los nivaclé que estaban todos escondidos en el suelo, pero esas armas no hacían ruido. Eran flechas, flechas de caña y punta de palo. Ella salió de mañanita, para hacer sus necesidades y vio a los nivaclé. Gritó ¡Aquí están los asovajh [nivaclé en wichí]! Corrió hacia la aldea, y los nivaclé la iban persiguiendo. Los tinoi también tenían armas, pero los agarraron por sorpresa. Así los nivaclé mataron a los tinoi, sólo a los hombres, las mujeres no.
Así contaba mi abuelo. Yo no lo ví. Ellos eran de toda esta zona. Mi abuelo era un hombre fuerte. Sâ’ânajh se llamaba, Sâ’ânajh. Aunque había matado gente, no quería ser lhca’anvaclé [cacique]. Un día le pidieron que fuera lhca’anvaclé, a él y a su pariente Cumcum. Este último fue el lhca’anvacle. Le nombraron lhca’anvacle y quedó encargado de preparar la pelea. Los tinoi eran sus enemigos. Así fue como pasó. Antes, cuando estaba el bañado, los nivaclé corrieron a esos tinoi. Estos lugares eran de los nivaclé.
Y un día, cuando ya eran ancianos, vino un tinoi que yo alcancé a conocer, se llamaba Nimai, casi no hablaba nivaclé, pero vino a avisarnos. Dijo: “Vamos a dejar de pelearnos, no peleemos más. Estemos tranquilos. Vamos a compartir el bañado”. Y un ju’utchinaj [pilagá], que era su socio, decía que también quería hablar con Tsâ’ânajh. “Le voy a regalar algo, decía, para que no peleemos más. Así cada quien va a poder pescar tranquilo”. Así decía: “Le voy a regalar caballos, cabras, ovejas… Estaremos más tranquilos”.
Y Sâ’ânajh se fue de vuelta donde los pilagá. Tomaron aloja. Tomaron juntos esa chicha y el cacique se sentó junto a Sâ’ânajh y le dijo: “Sâ’ânajh, te voy a dar un caballo, te voy a dar unas cabras y unas ovejas. Así no pelearemos más. Yo ya soy viejo. Tú ya me habrías matado, dijo. Ya mataste a otros”. Le tocaba los músculos y decía: “Tienes fuerza todavía”, y lloraba el pilagá: “Este Sâ’ânajh ya me habría matado. Eres igual que un tigre”, le decía. Así le decía, porque Sâ’ânajh sólo comía carne. Era peligroso comerse una pata o la cabeza. Lo habrían matado fácil. Pero sólo comía carne. Mi abuela, si le regalaban algo para comer, no comía. Si le invitaban miel, ella no comía. Se la regalaba a sus hijos o sus nietas. Así era.
Así decía el pilagá: “Ahora estaremos tranquilos, cada quien buscará su comida. Los tinoi, los nivaclé, los pilagá… seremos amigos en adelante”. Les regalaron cinco ovejas, cabras, un caballo.
Un día, esto me lo contó mi padre, cerca de ese lugar que ahora le dicen Toba Quemado, ahí llegaron una vez los pilagá. Mi abuelo, el padre de mi padre, tenía caballos. Los caballos se asustaron. Sentían que alguien se acercaba. De noche se escuchaban los pájaros. Pero eran ellos.
Mi abuelo le dijo a mi abuela: “Cuando amanezca, tienen que arrancar por este lado. Van a ir sólo por este camino, no entren a ningún otro lugar, porque alguien se está acercando”. Mi abuelo presentía que alguien estaba alrededor. Mi abuelo supo enseguida, él tenía experiencia, sabía reconocer. Su mujer ya estaba terminando un poncho para él. “Cuando amanezca, yo me quedaré acá”, decía. No quería separarse.
Al amanecer sólo estaban los hombres. Cuando llegaron los pilagás, mi abuelo se escondió detrás del poncho. Miraron dentro de la choza y dijeron ¡Aquí hay un poncho! Y su jefe dijo ¡Ese poncho déjenlo para mí! No sabía que el dueño estaba debajo. Cuando entró en la choza, mi abuelo lo flechó.
El pilagá gritó. Entonces mi abuelo corrió. Corrió y se escondió tras un árbol. Así contaba mi padre. Detrás de este árbol me escondí, decía, me disparaban y aquí yo me escondí. Ellos tenían escopeta y disparaban. Le disparaban. Corrió hacia el monte. Ahí se escondió, pero no lo siguieron más. Volvieron para agarrar a las mujeres. Y las mujeres corrieron hacia donde estaba escondido el nivaclé. Entonces el nivaclé flechó otro pilagá. Le tiró un flechazo. Así fue.
 
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