Pérez, Tito, "Capitán Pinturas combate en el Chaco". 2009 : Com Indig 14 De Mayo-Karchabalut (Alto Paraguay, Paraguay)

 Interview: id 36188
Interviewee(s)
Language spoken
Ishir
Date of interview
2009
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ishirTP2009c
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Capitán Pinturas combate en el Chaco
Transcription
Nuestros abuelos pelearon para defender nuestras tierras. Pensaban en nosotros. Mi padre decía que el coronel Sánchez mandó llamar al Capitán Pinturas, Chuebich, para que se fueran a reconocer las aguadas y las lagunas de más adentro. Ya sabían que se venía una guerra. Por eso ya se estaban preparando. Por eso es que ellos se juntaron. Se fueron a buscar las aguadas. En ese entonces cada lugar tenía un nombre ishir. Si alguien mataba un animal, ese lugar ya tenía su nombre. Conocíamos los nombres de nuestro territorio. Así ocurría, se iban poniendo nombres.
El coronel Sánchez, que andaba con Chuebich, le dijo a mi padre que tendrían que salir de ahí [costa del río] y esconderse, porque venía una guerra grande. Entonces les dieron carpas a los yshiro, para que salgan de ahi y se instalen más adentro, hacia Kaiporta y esos lugares. Así que salieron todas las mujeres y sólo quedaron algunos hombres. El Capitán Cabral había dicho que los yshiro tenían que estar al frente, en la guerra. Decía que los yshiro tenían que ayudar a buscar agua en el monte. Que el que se fuera, lo iban a nombrar como ingeniero.
Mi abuelo se llamaba Capitán Pinturas. Iba con Capitán Shiaco, con Capitán Naujes y con el Sargento… Martínez y también Teófilo y otro que no recuerdo su nombre. Ellos quedaron encargados de guiar a las tropas. Había uno que no recuerdo su nombre, que se iba por las comunidades buscando más soldados para refuerzo [ver Teniente Silva]. Mi abuelo decía, "si no hubiéramos ayudado a los paraguayos, ellos habrían perdido". Los yshiro ayudaron también porque defendían sus propias tierras. Luchamos por el bien de nuestra gente, para que nosotros pudiéramos tomar agua del río [Paraguay] y no andar buscando agua en el monte [del interior].
Mi padre consiguió que le dieran víveres a los ishiro, les decía que no podían cocinar de día ni de noche, ni hacer ruido. Cuando viene el avión, éste mira desde arriba y si ve un fuego en el monte ya puede alargar su bomba. Tenían miedo del avión que venía por arriba. De día no podían cocinar ni traer agua. Todo lo hacían de noche. De día, los ishiro se sentaban y no se movían más.
Pero mi padre tenía que irse, porque era capitán de caballería y tenía que pelear. Le dieron un caballo y uniforme. Y le dijeron que guíe los soldados desde Hnypwyrz [Nepurit] a Cerro Corá [cerca de Bahía Negra]. Cerro Corá, que le decían Moihene. También Oitá, Nepurit, todos esos lugares recorrían a caballo. Y el otro [ishir] llevó al otro grupo de soldados hacia las islas Ñacutú. Se puso el nombre de isla Ñacutú [búho], porque nuestros abuelos y los soldados comieron ahí búhos. También comían tunas. Hay otro lugar que se llama Isla Tuna.
Mi abuelo llevó a esos soldados y cuando estuvieron de vuelta lo mandó llamar el capitán Dávalos. Le pidió que peleará junto a ellos, que fuesen compañeros. Así le dijo el capitán Dávalos al capitán Pinturas. Se venía una crecida del río, entonces el capitán Dávalos le pidió al capitán Pinturas que fuesen compañeros. Y se fue con ellos. Le dijo: “Capitán, el agua ya está viniendo, va a ser una creciente grande, tenemos que salir juntos”. Desde entonces anduvieron juntos.
Ahí empezó la guerra grande. Duró dos años. Cuando bajó la creciente se fueron los dos hacia Cerrito Jara [fn. Galpón]. Llegaron a Cerrito Jara. El capitán tenía sed y se fueron a buscar agua. Entonces vieron a varios bolivianos al borde de la laguna. Se subieron a sus caballos y se fueron sin que los vieran. Chuebich no era buen jinete. Dávalos salió primero. Los bolivianos empezaron a disparar e hirieron al Capitán Pinturas. En la pierna izquierda. Los dos se tiraron al suelo y se escabulleron hasta escaparse.
Mi abuelo decía que tenían muy pocas armas. Cien fusiles de cinco tiros. Lo que más utilizaron fue el machete. Así se defendían los paraguayos. Los paraguayos no tenían experiencia para pelear. Mi abuelo contaba que les enseñaba cómo esconderse de las balas y después disparar. Los bolivianos tenían muchas armas. Los paraguayos no, así que cuidaban las balas y no gastan el fusil.
Allá adentro los bolivianos tenían un tanque con el que mataban muchos paraguayos. Los paraguayos intentaban dispararle, pero no podían. El tanque recorría cerca de Filadelfia. Atropellaba el monte alto y le disparaba a lo que encontraba. Nadie lo podía atajar. Salía en su recorrida y como a las cinco de la tarde volvía otra vez. Chuebich y el Capitán Dávalos estaban en la zona de Mariscal López. Ese lugar se llama así porque ahí nació el Mariscal López. Nosotros no pusimos ese nombre, Mariscal López, los paraguayos le pusieron Mariscal López. Entonces el capitán Dávalos le preguntó a Chuebich: “¿Qué vamos a hacer?” Chuebich dijo: “Tenemos que hacer una trinchera”. Estuvieron de acuerdo. Calcularon de un metro cincuenta más o menos, para que cayera el tanque y taparon con ramas. Hicieron ese pozo justo donde el tanque tenía que pasar, como a las cinco, y todos se escondieron alrededor. Pusieron una carpa vacía, para que el tanque le apunte y se caiga en el hoyo. El tanque apuntó directamente a la carpa y cayó en el hoyo. Intentó marcha atrás, no pudo. Hacia el frente, no pudo tampoco. Entonces salieron los paraguayos y rodearon el tanque. Agarraron al conductor y le preguntaron quién era. Él dijo: “¡Yo soy chileno! ¡no soy boliviano! ¡a mí sólo me contrataron para manejar!” El otro, el que disparaba, era boliviano. El chileno suplicaba que no lo mataran, decía que si querían trabajaba para ellos. Al que disparaba lo mataron y a este lo mandaron para Asunción. Pidieron que se rindieran los dos. El chileno suplicó y lo dejaron vivo y el boliviano se resistió y lo mataron inmediatamente. Ataron las manos del prisionero, le pusieron un palo en la espalda y se lo llevaron.
Donde agarraron el tanque, ahí construyeron una línea de teléfono. Llamaban, pero no funcionaba. Intentaban comunicarse, pero nada. Entonces juntaron sus machetes y se fueron a Cerrito Jara. Los paraguayos ya estaban muy enojados. Pero los colorados se estaban acabando, así que pidieron a los liberales que les apoyara. Ahí empezó la unión entre colorados y liberales con un mismo objetivo. Ellos decidieron unirse y el Chuebich dijo: “Ustedes se juntaron, entonces yo también voy a pelear, para defender la costa del río para mis hijos y para que aprendan a leer y escribir. Voy a pelear para que los que vienen nos reemplacen con orgullo. Ya estamos en la mitad de la guerra”, dijo.
Los paraguayos iban corriendo a los bolivianos, cortaban sus telégrafos y ponían los suyos. Donde echaban a los bolivianos, los paraguayos ponían su telegrama. Entonces ya era paraguayo. Si la guerra se acababa, todo lo que tenía ese telegrama era para Paraguay. Cuando los paraguayos agarraron ese tanque, ahí empezaron a empujar a los bolivianos de vuelta a sus tierras, hasta más allá de Cerrito Jara. Entonces los bolivianos se quedaron sin comunicación, contaba mi abuelo, y los paraguayos agarraron a muchos prisioneros. Poco a poco fueron agarrando prisioneros hasta que se fueron acabando.
Mi abuelo contó que entonces el ejército los llamó para que se integren. Casi cinco mil bolivianos se estaban juntando en Cerrito Jara. No sólo bolivianos, ellos traían otros indígenas para pelear, venían mezclados. Los paraguayos traían a los ishiro, pero sólo para guiarlos, no para pelear. Los paraguayos querían a los ybytoso. Por eso no los hicieron pelear. Los bolivianos no querían a sus indígenas, por eso los echaban a pelear.
Entonces se fueron con los paraguayos. El capitán Fariña preguntó a Chuebich: “¿Qué podemos hacer para ganarle a los bolivianos?” Chuebich contestó: “No es tan difícil. Tenemos que rodearlos sin que se den cuenta y poner a los prisioneros en el centro, como carnada”. Los paraguayos se fueron en sus camiones y ahí empezó. Eran muchos, tenían poca comida. Un litro de agua en la cintura y un poco de galleta. Mi abuelo contaba que se cocinaban sus zapatos.
Chuebich dijo: “Escúchenme, tenemos que separarnos en dos grupos, uno va a pasar por la izquierda y el otro por la derecha. Ellos van a disparar primero a los prisioneros de carnada, dijo. Entonces vamos a salir por los lados. Hay que pelear hasta que termine, sí o sí, aunque dure dos días y dos noches. Van a tener que ser valientes y corajudos para ganar", decía Chuebich a los soldados. Mi abuelo contaba que él llevó una mitad de los soldados y el teniente Fariña la otra, tenían que enfrentar los cinco mil soldados bolivianos.
Entonces el presidente boliviano preguntó: “¿Hasta dónde llega nuestro territorio?”, y el presidente paraguayo contestó: “¡Más atrás de Cerrito Jara!” Ahí se fue terminando la guerra. Entonces los bolivianos pusieron su mojón, más allá de Caballo [Puerto Caballo]. Para allá de ustedes, para acá de nosotros, para este otro lado de los brasileños. Entonces se dieron la mano y cada uno se llevó sus soldados. Ahí se acabó la guerra. Habían peleado mucho tiempo, hubo muchos que murieron y otros vivieron.
Chuebich tenía mucha sed, la garganta está seca. Y estaba muy flaco, su panza era puro cuero. Tenía unas botas nuevas. Les sacó los cordones con los dientes para poder ponerlas. Entonces se volvieron los soldados. Teniente Fariña trajo su grupo y Chuebich trajo el suyo. Venían todos de vuelta y entonces salieron los bolivianos de sus trincheras para atacar. Los bolivianos disparaban todo el día, desde temprano hasta la noche. Mi abuelo decía que no tenía miedo. Se arrastró por el suelo y no les tuvo miedo a las serpientes ni a otra cosa. Pero le quedó el pecho herido de tanto arrastrarse. Dispararon hasta que se puso el sol. ¡Disparaban… ¡pum, pum! y se detuvieron al mediodía. Los paraguayos habían amarrado los prisioneros a los árboles. Entonces los empujaron primero y los bolivianos les dispararon, ¡pum, pum! Y detrás venían los soldados paraguayos.
Chuebich contaba que el teniente Fariña empezó a silbar como un pájaro wagá [pájaro de mal agüero] y los que habían sobrevivido le respondían como el pájaro búho. Es por eso que cuando el waga llora, los ishiro ya saben que algo malo va a pasar. Y cuando canta el búho, es que alguien va a morir. Entonces la pelea se calmó un poco.
Los paraguayos dijeron, lo juramos, mañana vivimos o morimos todos. Tomaron el agua que les quedaba. Chuebich distribuía tres tragos de caña a cada soldado para que no tenga miedo. Fariña también les daba caña blanca, para que no sientan hambre y tengan fuerza. Como a las cinco empezaron a moverse los paraguayos. El grupo de Chuebich que estaba cerca del río empezó a disparar a las cinco. A las seis, las siete, las ocho, las nueve, las diez, las once… hasta las doce estuvieron disparando. Ahí le tocaba al grupo de Fariña, que estaba más al fondo. Chuebich no sabía de dónde habían sacado tantas armas. Al principio no tenían y después escuchaba muchísimas armas paraguayas. ¿Las habrán tenido escondidas? Disparaban sin parar hasta que alguien cantó como el pájaro Thou [pájaro caracolero] y el otro grupo paraguayo paró cuando alguien cantó como el pájaro Ahrolah [carpintero]. Cantaba el Thou y disparaba el otro grupo, cantaba el Ahrolah y disparaba este grupo otra vez.
Chuebich contaba que sacudía su cantimplora y no quedaba nada. Vio un pozo, pero se acercó y era un charco de sangre. Era todo sangre boliviana. Los paraguayos decían, si queremos vivir hay que tomar esa sangre. “Nos acercamos al pozo, contaba Chuebich, cerré mis ojos y tomamos esa agua con sangre”. Ahí terminó la sed. Los otros seguían disparando. Cuando terminaron de tomar de ese pozo, entonces empezaron a disparar para darle tiempo de tomar al otro grupo. La sangre venía saliendo de la trinchera y se juntaba en ese pozo, ahí tomaban.
Le dijeron a Chuebich: “¡Ahora te toca a ti salir al frente, cuando queden pocos bolivianos haz una señal!” Chuebich contaba que cuando vieron que quedaban pocos, dejaron los rifles y entraron con machete. Su corazón palpitaba fuerte. Se escuchaban gritos: “¡Manda el agua! ¡Manda la tripa [comida]!” Eran los bolivianos que pedían refuerzos. “¡Manda el agua!”, gritaban. “¡Manda las tripas!” Y Chuebich pensaba: “¡Las tripas es lo que les voy a sacar!” Con los gritos venían llegando los refuerzos de Bolivia, quizás tres mil hombres más.
Los paraguayos estaban esperando, mojaban sus rifles en la sangre del pozo para enfriarlos. Los bolivianos empezaron a dispararle a una carpa vacía de los paraguayos. Y Chuebich iba contando las balas, calculaba, esperaba que se les acaben. Al final se acabaron y ya hizo la señal. Sopló su silbato ¡uoh, uoh, uoh! Y sus compañeros ya se prepararon para el ataque. Los bolivianos intentaron asustar a los paraguayos con sus rifles vacíos, pero los paraguayos no creyeron, atacaron. Tenían sus rifles llenos. Estaban atacando y se escuchó a un boliviano decir, ¡nos rendimos! Era un jefe boliviano que decía, ¡ya fue suficiente! ¡Se acabó! Y se entregaron, llevaron casi mil prisioneros. Los paraguayos agarraron esos bolivianos y les preguntaron uno a uno: “¿Quieres morir o vivir?” Los que no querían ser prisioneros los mataban ahí mismo. Mi abuelo contaba que rodearon a esos mil prisioneros porque ya no tenían balas. Sobrevivieron como doscientos soldados paraguayos. Cien colorados y cien liberales. Había como cincuenta mujeres también. Eran las mujeres de los oficiales, tenientes, sargentos, capitanes paraguayos. Quizás doscientos hombres y cien mujeres. Las mujeres se lanzaron sobre los prisioneros: “¡Seguramente este mató a mi marido!”, y lo degollaba. Las mujeres iban degollando los prisioneros bolivianos. Cinco prisioneros cada mujer.
Cuando estaban llegando a San Luís [estancia] el teniente Fariña dijo: mira Chuebich, Capitán Chuebich, ¡hemos defendido nuestro territorio! Ahora ustedes pueden estar tranquilos en Puerto Diana y nosotros [paraguayos] vamos a quedarnos en Bahía Negra. Ya que hemos ganado los dos, te voy a dar un documento que te reconozca como ingeniero y capitán del ejército paraguayo. Esos documentos los guardó Samaritana [su nieta]. Ese documento no era de papel, era de trapo. Ahí en San Luis [Estancia San Luis] hicieron también el reconocimiento para el Capitán Dávalos. En esa época, decía Chuebich, los paraguayos ya escribían a máquina. Cada uno, sargento, oficial, cabo, cabo cuarto, capitán, coronel o fulano que estuvo en la guerra fue sacando su documento. Les iban dando sus documentos. De ahí salieron hasta Bahía Negra y ahí poblaron los paraguayos. En Bahía Negra. Así contaba mi abuelo.
Cuando Chuebich iba volviendo a Bahía Negra con sus compañeros yshiro, tocó su silbato y la gente salió a recibirlos. De lejos se veía cómo venía el Humaitá [barco militar] acercándose, traía víveres. Acabó la guerra y los indígenas y los paraguayos hicieron una fiesta grande, bailaban. Las mujeres bailaban polca colorada, sin zapatos. Ahí se inventó esa polca [Colorado Py’nandí, a pie desnudo]. Estaban todos mezclados, todos felices, todos tomaban. Ahí se terminó la guerra. En la mañana siguiente, cada uno volvió a su casa y quedó libre. Ahí terminó la guerra. En San Luis le dieron a Chuebich su documento, su gorra y su uniforme de militar. Los que se iban a quedar en Bahía Negra recibieron sus títulos, los otros buscaron más tarde sus documentos.
 
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