Aquino, Emilio, "La batalla de Pitiantuta (i)". 2009 : Com Indig Puerto Maria Elena (Pitiantuta) (Alto Paraguay, Paraguay)

 Interview: id 36165
Interviewee(s)
Language spoken
tomaraho
Date of interview
2009
Unique public identifier
tomarahoEA2009a
Orígen del documento
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La batalla de Pitiantuta (i)
Transcription
Chicharrón había abierto una picada que juntaba dos caminos. La picada atravesaba un monte largo. Cuando después pasó por ahí, reconoció el lugar, él mismo había hecho esa picada. Encontraba sus propias marcas. Solía dejar marcas para no perderse. Hace mucho que había abierto esa picada, después se olvidó de ella. Se fue a trabajar el quebracho y se olvidó del asunto. Las olvidó porque pensó que no iban a servir. Pensó que ya no iba a haber guerra. Así que cuando llegaron esos soldados él no estaba, había salido. Esa vez agarraron a unos ishir. Los agarraron.
Aquí estaban los ishiro y ahí mismo estaban los paraguayos. Dos ishir fueron a orinar. Ahí estaban cuando vieron a esa otra gente y pensaron que eran ishiro. Pero no eran. Se acercaron a mirar. Había un jefe que intentaba despertar a los soldados: “¡Despierten! ¡yo soy su jefe!”, les decía. Esos soldados eran flojos. Antes los uniformes eran de tela fina. Los dos ishir desnudos miraban esa gente con su fuego encendido. Y decían: “Esos no son ishiro, ¡son soldados! Tienen armas y tienen un jefe”. Ahora los nuevos conocen a los paraguayos, antes no los conocían.
Los soldados estaban pasando de largo, sin ver a los yshiro. Hasta que el anciano Orpa empezó a cantar con su porongo. Y los paraguayos silbaban. El hijo de Orpa intentó callarlo: “¡Basta, le dijo, que unos extraños están pasando y silbando! ¡Para de cantar! ¡Acaban de pasar soldados por aquí al lado! ¡Si no paras, van a avisar en su cuartel que escucharon cantar a los yshiro!” Esos dos yshiro se habían acercado pensando que eran amigos, pero eran soldados. Tenían armas.
Chicharrón decía que justo había salido de la aldea para ir a trabajar, cuando vinieron esos soldados a preguntar dónde estaba el cacique. Como nuestra gente no sabía qué pasaba, se pusieron todos a llorar, pensando que los iban a llevar. Se había ido por un día. Cuando volvió, encontró su gente llorando, diciendo: ¡ahí está el barco de los soldados que vienen a buscarte! Chicharrón se sacó las polainas y se fue con los militares. Lo recibieron con saludos y eyyyyyyyy ¡había muchos militares! Entonces dijeron: “¡Chicharrón! al fondo de tu antiguo camino llegaron muchos soldados enemigos y echaron a los pocos de nosotros que había. Los enemigos quebraron a un soldado y lo dejaron ahí. Son enemigos que no tienen piedad”. Chicharrón volvió y los yshiro salieron todos a recibirlo. “¡Hermanos, escuchen!”, dijo Chicharrón. “¡Va a empezar una guerra de los paraguayos! Allá lejos, mataron a unos soldados ¡Ahora hay que esconderse!”
Carlitos había entrado al cuartel, en Asunción. El venía con los soldados a buscar a Chicharrón. Cuando iban llegando a la aldea, Chicharrón le dijo que lo dejara hablar a él y que esperara más atrás. “Si no la gente se va a asustar”, le dijo. Lloraban asustados los niños. “Hermanos, dijo, escóndanse ahora que va a empezar la guerra. Vayanse hacia Paraguay”. Pero tenían miedo de los soldados. Cuando Chicharrón se fue, su familia, su tío, su abuelo, su primo… lo siguieron. Se querían mucho, por eso todos los siguieron. Hasta el cuñado. Casi la mitad de esa tropa eran ishiro, la otra mitad soldados. Chicharrón preguntó al jefe si podían venir sus hermanos con él. El jefe dijo que no había problema mientras esa gente conociera los caminos de Chicharrón.
Entonces se fueron y empezó la guerra. Se iba achicando el grupo. Le dieron un balazo al jefe, le dieron en la pierna. Quisieron alzarlo en la mula, pero prefirió caminar. Salieron a pelear por dos días. Hasta que el coronel los mandó retroceder. Se devolvieron, pero no alcanzaron a cruzar ese campo grande, así que se quedaron a mitad del camino. Para cruzar esos montes grandes se necesitan dos días. Hay que quedarse en la mitad. Pasando ese monte, hay otro monte de kapylybyt [arbusto sin espina, bajo, con poroto]. Después se pasa por un campo desde donde se ve otro campito, con unas chozas tomaraho. No se podía ir por los caminos de siempre, había bolivianos por todos lados. Había que entrar en un monte y pasar la noche ahí. Muchos soldados murieron por andar por los caminos. Murieron muchos soldados. Así que tenían que seguir al Chicharrón para salir al otro lado. Por aquí pasa el camino y ellos tenían que rodearlo por allí. En ese camino mataron a los paraguayos, cuando atacaron a los bolivianos. Entonces los soldados preguntaron:
—¿Qué vamos a hacer, Chicharrón?
—Vamos a pasar por el monte y salir detrás de ellos, sin que nos vean, respondió.
Los soldados se prepararon.
Acá hay un campamento de Paraguay, un campamento de Paraguay [fortín]. Hay un campamento acá [dibujo en el suelo] y hay un camino. Agarraron a un paraguayo, a un policía paraguayo. Lo agarraron. Un cabo, sargento, no sé qué… antes los indígenas no sabían si era un general o qué cosa. Decían balut [jefe]. Lo agarraron, lo ataron y lo echaron por ahí. Dos soldaditos corrieron por el camino, corrieron. “¿Parece que nos atacaron los indígenas? –dijo el sargento o mayor, no sé–, vamos a ver. A ver bien si es indígena o si es policía boliviano”. Miró bien y era policía [soldado], tenía una gorrita así y tenía armas pesadas también. “Mirá, no es indígena éste”. Y salieron corriendo otra vez, hasta llegar allá en donde hay otra toldería. Los indígenas estaban cantando, cantando. Y entonces silbaron. Los yshiro no escucharon, esos viejitos no escuchaban. Pero los jóvenes les decían: “¡Callate papá, hay una cosa que está gritando por allá, están silbando!” Y se callaron. Como cien policías iban corriendo por el camino a donde había otros policías, para avisar. Lejos, 165 [tren de Casado], por ahí. Llegaron y mandaron noticia a Asunción. Ya venía llegando la guerra. En la primera batalla agarraron a ese paraguayo. Esos paraguayos no andaban, querían dormir hasta el amanecer… no andaban. No se podían levantar. Se estaban muriendo. Así contaba.
Salieron más allá de los bolivianos. Entonces vieron huellas de mulas. Era una picada chica, pero las mulas la habían abierto. Iba hasta otro camino que llevaba hasta donde estaban esperando los enemigos. Empezaron a dispararles. Tenían armas pequeñas y los otros un arma grande. Quedaban treinta y los otros eran mil. Tomaron un atajo para protegerse. Estaban protegidos y mandaron a uno que era delgadito para que saliera al frente. Ese soldado salió primero. Los otros quedaron atrás. Al que salía le disparaban. El soldadito se tiró al suelo. Le disparaban con metralleta, pero no le daban. Si se hubiera quedado de pie lo acribillaban. El resto retrocedió. El resto se quedó escondido. Se escuchaba pasar la metralleta cerca. Cuando dejaron de dispararles, salieron a atacar con sus armas pequeñas de treinta tiros. Los paraguayos tenían fusiles. Los ishiro iban con machete.
Agarraron a un boliviano al que le habían atravesado la pierna. Y dos más que no alcanzaron a esconderse. Los agarraron porque atacaron por detrás. Los bolivianos pensaron que los paraguayos iban a volver por el mismo camino. Ahí los estaban esperando con sus armas. Pero habían tomado un atajo y salido detrás de ellos. Los paraguayos esquivaron los disparos. Cuando cesaron, salieron desde todos lados gritando y disparando. Salieron persiguiendo a los bolivianos. Hasta que agarraron a uno que tenía una metralleta grande, muchas balas y papeles. Los paraguayos lo interrogaban, pero no respondía. Le pegaban con la punta de sus armas y le preguntaban: “¿Cuántos son? ¿dónde están?” Pero el prisionero era fuerte y no respondía. Seguían presionándolo.
Ahí mismo había unas vasijas y mula. Uno fue a ver y era agua. Llamó a los otros para que vinieran, porque había agua. Y cuando se estaban acercando un rifle les disparó. Mataron a uno. Salieron persiguiendo al que había disparado, pero no lo agarraron. Mató a uno. De vuelta, fueron a interrogar los dos prisioneros bolivianos, pero tampoco hablaban. Había un ishir que se llamaba Conito, estaba furioso. Agarró al prisionero y lo acuchilló. Lo agarró por la cabeza y lo degolló. Su compañero tomó al otro prisionero y lo degolló también. Y dijeron: “¡Que nadie cuente esto!” Conito. Y Chicharrón estaba con ellos. Conito venía con Chicharrón, junto con muchos parientes, sobrinos, nietos… mucha gente. Eran sus parientes, venían con los soldados.
Cuando echaron a los bolivianos se instalaron en ese lugar. Ahí llegó una tropa de paraguayos que se juntó con ellos. Llegaron los paraguayos y su jefe dijo: Chicharrón, ¿por qué no vamos a revisar ese campo grande? Chicharrón respondió: señor, yo creo que los bolivianos ya agarraron ese campo. Quedémonos aquí y mañana tempranito yo voy sólo a revisar. En la mañanita salió a ver ese lugar. Subió a un árbol y miró: eeyy, ¡Aquí no hay nadie! Miró y bajó del árbol. Fue un poco más lejos a ver el otro campo. Ahí había algo. Se quedó ahí y en la mañanita, con el primer canto de los pájaros, se devolvió. Les dijo a los soldados lo que había visto, les dijo que iban a rodear ese campo por el monte. Los enemigos estaban esperando. Si se iban por el camino daban de frente con ellos. El jefe le preguntó si podían pasar por aquel otro lado. Le contestó que no, porque allá también había soldados. Entonces decidieron enfrentar al enemigo. Ahí hirieron al jefe y muchas personas murieron. Murió mucha gente, pero les ganaron y ocuparon ese campamento. Había una mula, la tomaron para alzar al jefe que estaba herido. Lo habían herido en la pierna y el mismo tuvo que cortarla. Tenían coraje esos paraguayos. Después de pelear se instalaron en el campamento. El jefe dijo: “Ya está viniendo otro baqueano ishir, no sé cómo va a llegar hasta aquí, pero va a llegar”. Entonces llegó el ishir y saludaba: “¡Hola! ¡Yo también soy ishir!” La gente miraba sorprendida, porque venía con uniforme y jinetas de coronel o de mayor, no sé. En la noche, el ishir-militar llamó a Chicharrón: “Mira hermano, estamos aquí en medio de los paraguayos, tenemos que apoyarlos y luchar con ellos. ¡Hermano! ¡Vamos a pelear! Si ganamos la guerra, entonces tendremos que exigir un reconocimiento y así tendremos una pensión”. Pero antes los ishiro no sabían nada. Terminó la guerra y cada quién volvió a su lugar. Nadie exigió su documento.
Se quedaron en ese campamento. En la noche, el ishir-militar los reunió. Dijo: “Alguien tiene que subir a este árbol para vigilar”. Había un ishir que se llamaba Costelli, que subió al árbol para vigilar. Entonces le dijimos al coronel: “Todas las noches un ishir va a vigilar desde los árboles”. Desde arriba se veía todo. En la mañana tenía que avisar por dónde seguir. El vigilante vio en aquella dirección a unos enemigos y hacia el otro lado no había nadie. En la noche se subían a los árboles y miraban lejos, como con un largavistas, se veían muchas cosas, pero sólo de noche, no de día. De noche se subían. ¡Miraban lejos! como si tuvieran largavistas. Veían los fuegos.
Con el Chicharrón iban unos Konshaha [chamán] muy preparados. Si había algún problema, ellos ayudaban. Los ishiro no iban a cualquier parte. Sabían por dónde andar. Pero el coronel sólo quería avanzar. Chicharrón le dijo, “Tranquilo, por ahí vas a ir mal. Nosotros somos expertos, le dijo al coronel, esta noche voy a mandar una persona que observe desde el árbol para saber por dónde ir”. Nuestros ancestros sabían manejarse. Por eso los paraguayos ganaron la guerra. Si iban solos habrían muerto. Los paraguayos se encapricharon con un camino. Los yshiro tuvieron que seguirlos, pero sólo los acompañaron hasta la mitad del camino. En el trayecto los ishiro hablaban entre ellos y los paraguayos los hacían callar. Los ishiro respondieron: “¡Tranquilo! ¡Nosotros conocemos aquí y no hay nadie, podemos hablar tranquilos!” Siguieron el camino hasta que acamparon en la mitad. En la noche subió otra vez un ishir al árbol. Así sucesivamente, los ishiro siempre iban vigilando y mirando el terreno. Hasta que cruzaron el monte y salieron a un campo grande. Ahí había enemigos. Atacaron por este lado y volvieron. Después por este otro lado y volvieron. Y después por este otro lado. Cuando los soldados paraguayos retrocedieron, volvieron con ellos. Atacaron, atacaron y después se devolvieron para hacer un descanso. Al día siguiente empezaron de nuevo. Después de ese Pitiantuta ya empezó la guerra. Agarró la zona de Eby ôrkôrt (“quebracho viejo”) y Kepylybyp (“isla de árboles”). Ornameta y Pullipata, esos lugares también ya estaban. Cuando volvieron de esa pelea, dejaron a Chicharrón en km 45 cuidando un almacén. Ahí se quedó, cuidando ese almacén. Hasta ahí también llegaron más yshiro, para recoger sus víveres. Hasta ahí llegaban los ishiro y él les repartía su ración. Ahí se quedó. El Cacique Chicharrón les daba de todo a sus paisanos. Calzado, ropas, víveres, machete. Cada quince días venían y llevaban para sus familias. Había mucho. Ahí se quedó por mucho tiempo. Pensó que no lo iban a llamar más. Un año se quedó. Los paraguayos corrieron a los bolivianos de Pitiantuta, los corrieron cada vez más lejos. Tiempo después volvió a recorrer sus caminos y ya no había más enemigos. Habían retrocedido lejos. Iban retrocediendo y dejando sus campamentos. Se fueron a mirar lejos, hasta una curva donde había una laguna. Estaba seca, los peces muertos y no había ningún rastro de gente. Se habían ido. Apenas había agua para cargar un poquito las cantimploras. Cada soldado llevaba la suya. A penas un trago. Cuando se fueron hacia el interior vieron que estaba todo seco. No había una gota de agua. Llegaron lejos, pero estaba todo seco. Apenas encontraron para mojar la garganta. Si no sabías cuidar el agua, morías.
 
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